No dimos de pronto con la idea. La cosa fue poco a poco. Mirando y escuchando. Historias que te pasan, historias que te cuentan, personajes que ves por el barrio… El vecino que se queja de que el espejo del portal hace bajito, el que tira un sillón al container y es tan feo que no se lo lleva nadie, el día que miras en el Google Maps y sale tu madre en una esquina… Ese tipo de historias mínimas. Dijimos, aquí, igual, hay una serie.
Esta fue nuestra primera aproximación:
La vida es una aventura. ¿Cualquier vida? Cualquiera. La angustia que siente Indiana Jones rodeado de nazis es la misma que puede sentir cualquiera en una casa ajena, en el cuarto de baño, cuando termina y se da cuenta de que la cisterna no funciona. Lo que pasa es que esto no se cuenta. Tiene más tirón lo de Indiana Jones. Pero si contáramos la “aventura” del cuarto de baño exprimiéndola al máximo, deteniéndonos en cada detalle… Como cuando alguien cuenta una anécdota. “Hacía un calor en aquel baño… digo, si hubiera un cubo por aquí… encima, me había peleado con mi novia antes de llegar…” ¿Y si intervinieran todos los implicados? El dueño de la casa: “se metió un tío en el baño y no salía”. La novia: “le hubiera matado. Me escribe al móvil y que le lleve un cubo de agua al váter…”
La idea iba cogiendo forma: observar con lupa la vida diaria de un personaje. Con la filosofía de “todo llega a ser interesante si lo miras mucho”, mirar a alguien que no despierta mucho interés. A priori. Y elegimos a Berta y José Ramón, una pareja con pocas ambiciones, pocas pasiones, con “poquita fe” en la vida.
Esta fue nuestra siguiente aproximación:
Si dentro de diez años les preguntaran a Berta y a José Ramón qué pasó en su vida en 2022, su respuesta sería algo así como “estuvimos a punto de separarnos”. Si se lo preguntaran dentro de cinco años, podrían concretar más: “me di cuenta de que mi madre se hacía mayor”, “mi hermana se enamoró” o “conocí a Pilar”. Si la cuestión se la planteáramos a un año vista, ya recordarían cosas como una bronca en el trabajo, que a Berta le robaron el bolso o que estuvieron en Cuenca. Y ya, si la pregunta se la hiciésemos pasado un mes, se acordarían de detalles como “qué rica estaba la paella aquel domingo”, “qué brasa me dio Ricardo en el funeral” o que a José Ramón le salió un grano en la entrepierna. Es como que, cuanto más recientes los recuerdos, más tontos e intrascendentes parecen. Pero no lo son. Todos ellos suman al final el “estuvimos a punto de separarnos”. Son esos momentos de los que se quejaba el de Blade Runner, esos que “se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.
Berta y José Ramón van a tener más suerte que el de Blade Runner. Alguien va a recopilar sus momentos mes a mes.
La serie recoge un año de su vida, resumido en doce meses, cada mes resumido en quince minutos.
Pensamos que este formato solo funcionaría si era breve. Humilde y breve, fue lo que dijimos. Sin grandes pretensiones. Como la propia historia. Que en quince minutos fuéramos capaces de condensar todo lo que les ha pasado ese mes. Y entonces nos enfrentamos a esa dificultad que mencionaba aquel: “perdón por mandarte esta carta tan larga. Es que no he tenido tiempo de escribir una más corta”.
Porque hacer algo simple es muy laborioso, nos hemos dado cuenta. Ha sido engañoso desde un principio, desde el guion hasta el montaje. Actores, hay casi cien personajes, que venían, aparecían en cuatro o cinco secuencias y no volvían a salir más. Pero es que muchas secuencias no duran más de diez segundos. Localizaciones a las que entrábamos y de las que, a la media hora, salíamos. Tiros de cámara que solo utilizábamos para una frase... Todo eso supone que cada capítulo lo componen un montón de piezas que hay que armar.
Si algo define este formato es el montaje. El montaje concebido desde el guion, construido durante el rodaje y rematado en la sala de edición. A la comedia, por el montaje. Nunca habíamos utilizado tanto el montaje. Ese algo indescifrable de la comedia: que pegues A+B+C y tenga gracia, pero si A es muy corto ya no tiene tanta, y si A es demasiado largo, ya no tiene ninguna. Esta etapa, la edición, quizá por ser la última, la recuerdo como la más trabajosa. Cada episodio tiene una media de trescientos cortes.
Y el temor siempre es el mismo. Cuando estás escribiendo, das con una idea y te ríes. Mantener lo espontáneo de esa risa, que no pierda la frescura durante todo el proceso, es complicado. Pasan igual dos años: la preproducción, los ensayos, el rodaje… Es como si llevaras una vela y haces lo posible para que no se apague y llegue encendida al final. Esperemos haberlo conseguido.